HEMBRISMO versus MACHISMO
Mucha gente aún confunde estos términos, pero es que feminismo no es el opuesto a machismo.
El machismo constituye la idea y los valores culturales históricos de que el sexo masculino es superior al sexo femenino y que debe ejercer el poder y control sobre éste. La Real Academia Española (RAE) define el machismo como la actitud de prepotencia de los hombres respecto de las mujeres. Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón.
En cambio, el feminismo es un movimiento internacional, social y cultural que lucha y ha luchado contra el machismo para que exista una igualdad efectiva de derechos y oportunidades entre ambos sexos. La RAE lo define así: principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Este principio es un derecho regulado en la Constitución Española y en la Ley Orgánica 3/2007 para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Además, el Código Penal español castiga las conductas discriminatorias y tipifica el delito de odio.
El feminismo justifica, cuando es necesario con mecanismos legales, la "discriminación positiva" (acciones positivas) necesaria para conseguir un equilibrio ante una desigualdad de hecho en las mismas condiciones, generada a lo largo del tiempo por razones de discriminación. De lo contrario, según los estudios al respecto, tardaríamos cuarenta años en lograr una igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres.
El feminismo radical se considera una corriente, dentro del movimiento feminista, que sostiene que el origen de la desigualdad social es el sistema patriarcal (de opresión del hombre sobre la mujer en el ámbito público y privado). Surgió en EEUU durante la segunda ola del feminismo, en el año1960.
El hembrismo, en cambio, aunque no viene definido en la RAE, se ha considerado por muchos autores/as el opuesto al machismo, en analogía, como así lo recomienda la FundéuRAE. Es un neologismo que abarca la idea de que la mujer es superior al hombre o que implica una discriminación hacia el hombre. Incluso se ha llegado a asimilar al concepto de misandria (desprecio hacia el sexo masculino). Cuando el odio es al contrario (aversión hacia el sexo femenino) se denomina misoginia.
Actitudes y comportamientos
Veamos ejemplos de actitudes e ideas que podemos englobar en los conceptos definidos, y que debemos desterrar y ser conscientes de las mismas.
> Burlarse de un hombre y creer que no está capacitado para realizar las tareas domésticas o de cuidado familiar, entre otras cosas, por pertenecer al sexo masculino.
Esta actitud implica una conducta hembrista en el siglo XXI, pero también un visión machista de base, que perpetúa los roles de género desiguales. La educación en igualdad implica educar a ambos sexos en los cuidados, en las habilidades emocionales, en destrezas, en la autonomía y en el respeto mutuo.
> Considerar que el sexo masculino o el femenino es el que debe llevar el mando y dominio en una relación de pareja heterosexual, tomar las decisiones sin contar con la otra persona, u otorgar permiso a su pareja para que haga o deje de hacer algo.
En una relación, son ambas personas, sean del sexo que sean, las que deben tomar las decisiones de manera conjunta, así como tener su propia libertad de decisión individual sin imponer ideas a la otra. Incluso en relaciones esporádicas, no se puede tolerar la falta de respeto a la otra persona ni imponer condiciones desiguales sin tener en cuenta las necesidades del otro. La adaptación debe ser mutua, no sólo por una de las partes.
> Creer que un sexo debe tener más derechos que el otro.
Las personas somos iguales en derechos y obligaciones. El género (femenino y masculino) es una construcción social y cultural, una asignación de roles en función del sexo biológico que ha causado desigualdad a lo largo de la historia. El género es un término discutido a día de hoy.
> Considerar que la mujer en una separación/divorcio es quien debe tener la custodia de los hijos/as. Esto implica una concepción machista de fondo al considerar que los cuidados pertenecen sólo al rol femenino.
La decisión judicial de custodia vendrá determinada por las circunstancias personales y económicas de los progenitores, siempre para el mejor beneficio del menor. Pero no debe olvidarse que, tanto el hombre como la mujer, deben hacerse cargo por igual de las obligaciones con los hijos/as.
> El maltrato psicológico al otro sexo por el hecho de ser de ese sexo: insultar, gritar, castigar con el silencio, controlar, etc. (mayoritariamente se da este tipo de discriminación hacia la mujer por la concepción de dominio y posesión sobre ella).
La resolución de conflictos tiene que hacerse desde el diálogo, la empatía... y no desde la violencia física ni verbal. El maltrato y las vejaciones son delitos.
> Abusar y faltar al respeto a otra persona atentando contra su intimidad e indemnidad sexual (como manosear, tocar con ánimo sexual, realizar comentarios obscenos...). En este sentido, una conducta machista consiste, por ejemplo, en considerar gracioso que una mujer toque el cuerpo de un hombre con ánimo sexual sin que él haya consentido, por el hecho de que él sea del sexo masculino.
Si no hay consentimiento y respeto mutuo constituye un delito, independientemente del sexo y orientación sexual. Para que alguien te respete, tú también debes respetar y dar ejemplo.
> Considerar que una persona puede ejercer violencia física sobre otra por el hecho de considerarse de sexo superior. Tradicionalmente, no se consideraba delito la violencia del hombre hacia la mujer en una relación sentimental porque se entendía que era una cuestión a resolver en el ámbito privado, y existían leyes y guías de conducta (incluso actualmente en países menos desarrollados o con valores machistas) donde se establece la superioridad física y moral del hombre sobre la mujer y la obligación de ésta de obediencia y dependencia.
En España está penado hasta con pena de prisión. Una mujer no puede pegar a un hombre (incluyendo un tortazo) al igual que un hombre no puede hacerlo a una mujer (ni entre personas del mismo sexo). Y erróneamente, haciendo un flaco favor al feminismo, se han visualizado en los últimos años conductas hembristas (y machistas) en películas y series, donde una mujer da una bofetada a un hombre por algo que ha hecho mal, percibiéndose como algo gracioso por algunas personas, lo que no hace más que arraigar una concepción machista y de debilidad del sexo femenino.
Una agresión o una vejación es igual de ilegal provenga de quien provenga. Cosa distinta es la penalidad en función de la interpretación judicial de los hechos y contexto, conforme a la legislación actual, que puede ser diferenciada si la víctima es mujer en el ámbito de una relación sentimental, como manifestación de la desigualdad histórica (discriminación por razón de sexo) por el hecho de ser mujer (delitos de violencia de género). Parte de la jurisprudencia entiende esta tipología penal sólo cuando existe una intención de dominación o degradación del hombre hacia la mujer. De lo contrario, estaríamos hablando de un delito de lesiones, vejaciones... (o de violencia familiar o doméstica si es habitual). De cualquier modo, se regularon tipos penales específicos por la trascendencia del injusto penal, la necesidad de proteger a las mujeres ante la cantidad de casos producidos (en su cúspide: asesinatos) y para tratar de erradicar la desigualdad cultural de fondo.
> Considerar que un hombre no debe interponer denuncia por agresión o maltrato por parte de una mujer, por las creencias erróneas de que “un hombre no debe denunciar a una mujer” o por pensar que otros se reirán de él.
Estos pensamientos de superioridad masculina perpetúan el machismo. No obstante, los datos oficiales siguen evidenciando un porcentaje muy minoritario de condenas de maltrato de mujeres a hombres.
Esto hay que distinguirlo de aquellos casos que, como consecuencia del pensamiento machista o patriarcal, hay hombres (incluso algunas mujeres) que creen en su fuero interno por educación y valores inculcados, que una mujer se comporta mal con ellos cuando en realidad, lo que hay detrás de esta forma de pensar, es una necesidad de control sobre ella al considerar que le desobedece o que no está de acuerdo con elecciones libres a las que ella tiene derecho sobre su vida.
> Considerar que el hombre es quien debe dedicarse al trabajo y la mujer a las tareas del hogar y de cuidado familiar.
Hablar de colaborar o ayudar a la mujer en dichas labores es erróneo, puesto que no es un trabajo atribuido a ella por ser mujer (ni por ley ni por naturaleza). La biología no determina estos roles, sino la cultura y los valores sociales. Se trata de participar en las mismas responsabilidades que todas las personas tienen que realizar por igual. De hecho, en el contexto matrimonial, el Código Civil establece las obligaciones familiares, domésticas y derechos por igual para ambos cónyuges.
> Entender que sea el hombre quien deba manejar las finanzas y quien ocupe los cargos más altos en el trabajo.
Todos estos aspectos, así como permitirlos, suponen una perpetuación de las desigualdades y la negación de las capacidades y habilidades que tiene una mujer como persona. Considerar que por naturaleza el hombre debe ser educado sólo en esos aspectos es un retroceso social y cultural. Que un hombre se sienta ofendido porque una mujer pueda tener una posición laboral, económica o social mejor que la suya, es un sentimiento derivado de un pensamiento machista y educación patriarcal.
> Considerar como un triunfo que un hombre haya estado o tenga relaciones con muchas mujeres, pero en cambio criticar a la mujer que actúa de igual forma. Considerar que sea la mujer quien tenga que sacrificar su vida y su parte individual por un hombre.
Aquí subyace una idea patriarcal y tradicional de disponibilidad absoluta y dependencia de la mujer hacia el hombre y de la concepción de la mujer como objeto. Las relaciones, en general, son cosa de dos personas en un contexto de igualdad y de respeto, llegando a decisiones lo menos perjudiciales para todos.
> Considerar que la mujer siempre debe arreglarse, lucir bella y delgada, pero en cambio el hombre que, exigiendo esto, no se cuida él mismo.
Las personas deben cuidarse por igual, pero por razones de salud física y mental, por ellas mismas y por respeto a seguir gustando a su pareja, y tratar de este modo de reducir las posibilidades de enfermedades futuras que perjudiquen su propia vida y que puedan comprometer la vida de los que estén a su alrededor, pudiendo haber prevenido dichas circunstancias (es mi opinión).
> También existen los micromachismos, que son conductas y hábitos sexistas que tenemos interiorizados, como por ejemplo, cuando un hombre se empeña en dejar pasar primero por la puerta a una mujer, por el hecho de ser mujer, considerando una ofensa que ella le ceda el paso.
Las mujeres también son educadas y los gestos de educación o generosidad se deben realizar independientemente del sexo que sea la otra persona, como el gesto de pagar una comida. Las mujeres a día de hoy son independientes, trabajan y gestionan su propio dinero. No tiene sentido ya comportarse como si las mujeres no fueran capaces de hacer las cosas sin ayuda de un hombre.
Nadie es mejor que nadie.
Hombres y mujeres somos diferentes. La ciencia muestra que nuestras estructuras cerebrales son distintas por razones biológicas, evolución socio-cultural y como consecuencia de la educación recibida. Pero somos iguales ante derechos y, con una adecuada educación, se pueden adquirir unas habilidades emocionales y físicas iguales o similares, aunque en algunos aspectos esté condicionada por la fisiología. No olvidemos que el cerebro humano tiene la capacidad de plasticidad neuronal.
A día de hoy, los estudios y datos estadísticos advierten que en España aún no existe efectiva igualdad en derechos y oportunidades entre ambos sexos. Sobre todo en materia laboral y tiempo empleado en tareas domésticas y familiares (falta de corresponsabilidad, que se intenta regular con normas paulatinamente). Siguen desempeñando la mayoría de los altos cargos los hombres y en general cobran más que ellas.
Al fin y al cabo todo se reduce a aspectos que tienen que ver con la educación, la madurez, la responsabilidad y el respeto. Y por desgracia, la cultura. No se trata de una guerra de sexos, sino de una convivencia y un saber estar en un mundo en el que son igual de necesarios y complementarios ambos sexos, sean las personas del género que se consideren y tengan la identidad u orientación sexual que tengan.